En la cuerda floja
Volvía del acto en apoyo a Israel, todavía estremecida por el clima que allí se había vivido, por la solidaridad que se palpaba en el aire, por la música del himno, por la sensación de comunidad que me ligaba a los presentes pero también a tantos ausentes… Caminaba despacio, como si no quisiera alejarme del todo, y resonaban en mi cabeza las palabras de los discursos -breves, ajustados, contundentes- y de los rezos para honrar a los muertos y pedir por el fin de la masacre… Y de pronto se me cruzó por la cabeza un pensamiento: ¿cómo puede ser que todavía, sí, todavía debamos explicar y justificar la existencia de Israel y de los judíos? ¿Es que acaso nunca será suficiente? ¿Debemos seguir pidiendo permiso para existir, perdón por existir, argumentar nuestro derecho a defendernos, fundamentar nuestra vida con lógicas y razones? ¿Qué otro pueblo experimenta esa necesidad, esa imposición, esa urgencia?
¿Cómo es posible que la confusión dure tantos siglos? Israelita, israelí, hebreo, judío… Ah, se creen el pueblo elegido, hay que bajarlos de un hondazo! O bien (lo que es lo mismo pero a la inversa), deben ser perfectos, mejores que todos los demás, y si no lo son, no merecen ser considerados! Ah, es una religión y se apartan del mundo por sus raros rituales…”De Israel viene la fe y de Grecia la razón (Hegel dixit) , así que son irracionales”... Son deicidas y encima filicidas (le cortan el pito a sus hijos, horror!) …. Ah, tienen un gobierno de derecha, entonces el país debe ser eliminado…Ah no, perdonémoslos, tienen varios premios Nobel, han hecho aportes a la ciencia y a la cultura, tan malos no deben ser… Ah, sobrevivieron miles de años sin tierra propia, son extranjeros perpetuos, desarraigados y, por ende, peligrosos (Heidegger dixit)... Ah, de golpe quieren una tierra propia y ocupan un territorio que ya estaba habitado, ¿quién se creen que son? (Uh, cuántos países modernos deberían desaparecer en base a ese argumento!)
…Y así sucesivamente. Por milenios.
Y ahí estamos, una y otra vez tratando de aclarar. Que nadie quiso eliminar a la Argentina en la época de la dictadura militar, porque no es tan difícil distinguir un país de su eventual gobierno (trasládese el ejemplo a cualquier otra nación gobernada por dictadores o tiranos). Que el territorio que ocupa Israel es ridículamente ínfimo en medio de la inabarcable extensión del mundo árabe que lo rodea: si no fuera espantoso, se trataría de un chiste. Que aunque no tuviéramos premios Nobel ni grandes científicos, igual somos personas con derecho a la existencia. Que el judaísmo no es una religión -hay millones de judíos “laicos”- sino un pueblo, parte del cual tiene prácticas religiosas. Que Israel es la única democracia del Medio Oriente, con las virtudes y los defectos de cualquier democracia. Y no hace falta enumerar la cantidad de países en situación semejante… Que la tan mentada solución de los dos Estados es una hermosa expresión de deseos, pero que tal opción es rechazada sin vueltas por los palestinos de Hamas, que ostentan el poder real en su país y someten a su propia población, porque lisa y llanamente no reconocen la existencia de Israel y tienen como único objetivo eliminarlo, borrarlo del mapa (lean si no la carta fundacional de esa organización, creada solo a tal efecto). Que Israel no tiene ningún interés de conquistar el mundo ni colonizar a otros pueblos, a diferencia del Islam e incluso, del cristianismo a partir del Imperio Romano. Que lo único que quiere Israel es desarrollar su vida en paz en su pequeñísimo territorio, sin embromar y sin que lo embromen. Que por eso, desde el instante mismo de su creación, hace 75 años, ha puesto todo su esfuerzo en la defensa de las infinitas e incesantes agresiones de sus vecinos, y no en los ataques a los mismos. Que la seguridad de su población es su prioridad, para poder llevar adelante una vida próspera en paz. Que a Israel no le interesa la guerra sino la preservación de su existencia, amenazada sin cesar por enemigos poderosos que no cesan de complotar y asociarse para exterminarlo.
Y podríamos seguir… Pero el problema es que nada de eso sirve realmente. Porque lo que aquí expongo no es una complicada teoría científica ni un argumento filosófico de difícil comprensión, sino verdades de Perogrullo. La nieve es fría, la lluvia moja, el fuego quema. Cualquier persona de sentido común, de cultura mediana, lo sabe. Salvo que… Salvo que lo que domine sea una insistente y persistente voluntad de ignorar. El antisemitismo, le he sostenido siempre, no se combate con información ni educación. Es una pulsión de otro orden, mucho más profundo, primitivo e inconsciente.
Hace muchos años, en uno de mis primeros libros, Genealogía del odio, dije que el judaísmo es el punto ciego de Occidente. Está ahí, aquí, en el seno mismo de la cultura y la vida occidental, pero no se ve. Se pretende (en el doble sentido del verbo) que no existe. Es que el judío no es exótico, no es diferente en su aspecto (color, rasgos, modales), no es exterior, no es verdaderamente un otro en relación a cualquier individuo occidental. Y tal vez eso es lo que aterra.
El judío es el único pueblo que puede ser odiado bajo diferentes nombres, según la época: judeofobia, antijudaísmo, antisemitismo, antisionismo… El único que es perseguido en base a distintos argumentos: religión, raza, economía, nación… Porque son poderosos o débiles, ricos o miserables, inteligentes o retrasados, comunistas o imperialistas… Curioso, no? Yo diría: sintomático. Extraordinario. Si los argumentos y los nombres cambian, ¿no será que ninguno de ellos es el verdadero? ¿Que no hay, en rigor, ningún motivo atribuible a los propios judíos, sino más bien a los odiadores?
Muchos, muchísimos pensadores de fuste se han ocupado de tan extraño fenómeno (único en la historia de la humanidad) y han aportado inteligentes análisis. La lista es inmensa, sería imposible consignarla aquí. Solo menciono a algunos de ellos, contemporáneos como Pierre Legendre, Philippe Lacou-Labarthe y Jean-Luc Nancy, que sostienen que el odio al Judío es esencial a la constitución misma de Occidente, su núcleo duro, su carozo inextirpable. Caracterizan al antisemitismo (y todas sus variantes) como un hecho “histórico” y “espiritual” a la vez. Es decir, tiene su origen en el comienzo mismo de la historia occidental, la diseña y sostiene, pero no solo como hecho anecdótico o coyuntural presente en algunas épocas sino como estructura, una disposición anímica que, a lo largo de los tiempos, se reviste de diversos ropajes, explicaciones y “razones”.
Lo que me importa rescatar aquí y ahora, en esta situación de dolor y espanto, es que el antisionismo -con la determinación de atacar y eliminar a Israel - no es sino el más actual eslabón de esa larga y ominosa cadena milenaria.
Que las masacres y matanzas de las organizaciones terroristas no son cuestiones geopolíticas, ni siquiera ideológicas, sino lisa y llanamente “odio al judío”, y al Estado de Israel como su expresión territorial y existencial más concreta.
Por eso, quienes “argumentan” (me da náuseas usar esa palabra noble en estos casos) a favor del terror en base a motivos geopolíticos o similares, no son ingenuos, no son ignorantes, no son tontos: son canallas.
Me espanta leer a pensadores, escritores y demás actores de la cultura (muchos de ellos, personas a las que quiero y admiro por su obra) que no son claros y tajantes en su condena a los terroristas. Que, en su deseo de preservar un dudoso prestigio como intelectuales “de izquierda” (ay, qué significará esto ahora!), emiten declaraciones políticamente correctas (un poco allí, un poco acá, un punto para este bando y un punto para el otro) pero éticamente viles. Que tratan de hacer equilibrio en la cuerda floja para que nadie se ofenda… No sea cosa de que por defender enfáticamente a Israel se les quite el pase a los círculos privilegiados de no sé qué club exclusivo! Ay sí, me produce horror y angustia escucharlos y leerlos… Negar la diferencia entre un Estado democrático y una organización terrorista, acusar -velada o explícitamente- a las políticas de Israel de “haber provocado esta violencia”...
Los que hacen equilibrio en la cuerda floja eran llamados funambulistas o funámbulos. Yo creo que más bien actúan como sonámbulos, y que cuando despierten de golpe y adviertan que (como en el poema falsamente atribuido a B. Brecht) son ellos mismos los que están amenazados, los que corren el riesgo de ser exterminados por las bestias asesinas, sufrirán la más brutal de las caídas desde esa altura imaginaria. O serán incluso ahorcados por esa cuerda que, antes floja, se cierra ahora en torno a sus cabezas negadoras.
Diana Sperling
Bs. As, octubre 2023